Una bruja que cuelga sus hábitos

Creció con su abuela, rodeada de hierbas aromáticas y crucifijos. Al salir el Sol y al ocultarse rezaban juntas el rosario.

La niña aprendió a dejar un vaso con agua en la mesa del comedor para saciar la sed de los espíritus, a alejar gripes y resfríos dejando un limón en su mesa de noche, a diferenciar las hierbas y sus nombres, y a vivir la Vida en un constante ritual.

Todos estos rituales eran tan sagrados como lo eran para sus compañeras ir a Mac Donald's después de clases, o al Parque de Diversiones los domingos. No tenía muchos amigos, se reían de las cosas que ella hablaba y no la comprendían. Una vez registraron su bulto, y de él cayeron estampitas de la Virgen y dientes de ajo.

- ¿Hay vampiros en tu casa?
- ¡Sos una freaky!
- ¡Rara!

Ella se mordía la lengua y se aguantaba las lágrimas. Sabía lo que podía hacer, pero no había sido entrenada para el mal. Desde niña aprendió que todo lo que venía de la Tierra era bueno, y por tanto era su deber hacer el bien, devolverle a la Tierra todo lo bueno. Las personas son malas, pensó. Su abuela la abrazaba con amor y le decía: No les hagás caso, no saben lo que dicen. Ellos no saben lo que vos sabés.

Se sentía privilegiada por lo que su abuela le enseñaba, pero al fin y al cabo era una niña, y quería tener amigos. Con el tiempo aprendió a callar, y a no hablar sobre sus rituales, ni sobre hierbas, ni de la Luna Llena. Cuando creció casualmente todos estos temas se pusieron de moda, y algunas adolescentes se veían atraídas por una especie de secta a la que le llamaban Wicca. Hablaba de muchas cosas que ella ya sabía, sólo que más fashion. Entonces tuvo amigas, y ella callaba para no importunarlas, pero en su corazón sabía que estaban realmente confundidas. Una noche decidió abrirles su corazón, y les habló sobre los rituales paganos, sobre cómo las brujas se quitaban la piel, y la colgaban al revés en el tendedero, por las noches.

- ¿Cómo sabés tantas cosas?
- Las leí en un libro, mintió.

Amanda se volvió en el centro de atención de su grupo de amigas, y ganó popularidad. Por primera vez se sentía parte de un grupo, y eso la hacía sentirse bien.

Y como el Amor nunca pierde el camino del corazón, también tocó a su puerta. Una y otra vez. Ella abrió y cerró ciclos, atando y desatando nudos, en las noches de Luna, siempre para limpiarse, para liberarse, para sanar, nunca para hacer daño. Pero la gente que es morbosa y maliciosa, más de una vez la culpó de sus males.

Un día, Amanda dejó sus libros, y sus hierbas, y dejó que la Vida se encargara de su destino. Comprendió que el Universo tiene sus propias leyes, y que cada acción tiene sus consecuencias. Se lanzó a la Vida, se dejó llevar, sin amuletos de protección ni esencias, ni estampitas, y se dejó empapar por todas las experiencias, sintiéndose libre, dejándose herir, pero sintiéndose más fuerte.

Eso sí, cada 24 de junio, la fecha de aniversario de muerte de su abuela, enciende una vela, y se sienta a hablar con ella, de la Vida y sus insondables misterios.

Comentarios

Julia Ardón dijo…
hermosísimo.....
gracias por compartirlo

Entradas más populares de este blog

Aguacero

La Chaskañawi

Sólo vine por una copa