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Destello

Una estrella en medio de un cielo en decadencia, es un poema, Siempre me han fascinado los atardeceres: son principio y fin.  ¿Y si amanecés? ¿Y si me acariciás como el Sol, cuando recién se asoma? ¿Y si soy el rocío que te refresca? ¿Y si nos evaporamos? ¿Y si nos peredemos en una nube? Que nos dore la luz, que nos encontremos, como cuando la Luna y el Sol habitan el mismo cielo.

Totora

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En un pequeño pueblo llamado Totora, creció una niña llamada Alcira. Era un pueblo campesino, pero educado. Su padre, un rico venido a menos, por malas decisiones financieras, se alejó de su hermano, e hizo su Vida con su esposa e hijos. Había en ese pueblo, pianos en algunas de las casas. Puedo imaginar los dedos de la pequeña Alcira, acariciando las teclas del piano, con la suavidad del Sol cochabambino a través de la ventana de la sala de su casa. Puedo imaginarla corriendo por el campo, recogiendo flores para hacer ramos. Puedo verla jugando con su muñeca de porcelana, y a sus hermanas arrebatándosela. Puedo ver sus hermosos ojos grises llorosos, y puedo verlos también llenos de alegría cuando su padre llegaba a casa al final del día, o cuando su madre preparaba masitas para el té de la tarde.  Así creció la Alcira, hasta que llegaron los tiempos de escuchar música en la rocola vieja, hasta que sus hermanas esperaban ansiosas los domingos para ver los muchachos a la salida de la mi

Lento

A veces, só lo querés ir más  l ento... sobretodo  c uando has corrido tanto, que se te desgastan  l as sue l as,  l os ta l ones,  l as ganas de seguir corriendo...  En esta carrera contra e l  tiempo, tomarse tiempo para una misma puede ser egoísta, sobre todo cuando hay tantas responsabi lidades. Pero no nos ense ñaron que es amor propio, que si descansamos o nos encontramos con nuestra so ledad,  las tareas resu l tarán más senci l las,  l levaderas, e inc luso, ¡sí!, podemos disfrutar las. ¿Por qué cuando se hab la de trabajo no se hab la de p lacer? E l  trabajo debería ser p lacentero. O a l menos, proporcionar satisfacción persona l. Y, que además nos paguen, ¡y que nos paguen bien!, siempre y cuando seamos buenos o buenas en  l o que hacemos. Han pasado más de dos meses desde que escribí ese primer párrafo. Si vemos la Vida como una danza, a veces toca ir más lento, otras más rápido. Algunas veces toca llevar, otras dejarte guiar... Hoy es el Día del Escritor y la Escritora. M

María

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  Para Ámbar, Marcos y Leo. Subiendo la montaña, va María. Despacito, despacito, tras ella, van sus llamas: T'ika, Tuta, Inti y Tambo. En su aguayo, María recoge hierbas medicinales, mientras sus llamas pastan. Palo piche, tepazán y cocolmeca. De su bolsita toma unas hojitas de coca para mascar. Eso le da energía para todo el día. Eso y su almuercito de quinua. En la montaña, María ve pasar el día, ve el cielo azul celeste cambiar de colores, hasta que cae el Sol, y pinta los nevados Andes de rojo y amarillo. María encuentra una cantuta, y brilla con los últimos rayos del Sol. Se le ilumina la carita y arranca unas flores para llevar a su mamá. - T'ikaaaa, Tuuuutaaaa, Intiiii, Tambooooo... Ya es hora de regresar a casa, y la siguen sus llamas por el sendero. Parece que van mascando coca. Parece que van sonriendo.  En casa la espera su mamitay, que le preparó una sopita. Afuera está su tata, que acaba de regresar de cosechar papas todo el día. La reciben con sus sonrisas blancas

El placer de lo simple

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 A simple vista es un parque abandonado. Una hamaca cuelga del tronco roto, partido a la mitad. El césped está seco como la época del año. Sólo sirve el sube y baja. - Suuuube y baja, baja y suuuube. Suuuube y baja, baja y suuuube - le canto a mi bebé mientras sube y baja, sentado en cuclillas, sonriendo con su hermoso camanance. - ¿Vamos al tobogán, Leo? Camina despacito con sus pies descalzos. Lo subo al tobogán y se deja caer hasta que le doy un empujoncito. Al bajar, busca subirse por la red de mecate, que hace años dejó de existir.  Le llamo la atención la hamaca debajo del tobogán. Esa que puso su abuelo hace tantos años ya, para mecer a Ámbar. Está rota y desteñida. A Leo no le importa. Lo mezo tantas veces que pierdo la noción del tiempo viendo sus ojos brillar a través de sus largas pestañas. - Es una hamaca para bebés. Era de tu hermanita Ámbar. Leo es un bebé.  - Leo es un bebé, repite con su dulce voz. Leo todavía es un bebé. Mi bebé. El mismo que permite que sonría mi alma

Mi cuerpo habitado

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Foto: Sergio Cantillo Malavassi Mi cuerpo está habitado. Lo habitan los sueños nocturnos de mis hijos,  la leche que sale de mis pezones, las caricias del hombre que amo. Mi cuerpo está habitado. Lo habita una bailarina dormida, una niña que soñaba con ser escritora, una mujer que murió y nació una y otra vez. Mi cuerpo está habitado. Lo habitan historias de amantes de mil y una noches, arena, Mar y Sol, y noches de bailar hasta el amanecer. Mi cuerpo está habitado. Lo habitan asanas,  aceites esenciales, lágrimas y cosquillas. Mi cuerpo está habitado. Lo habitan cicatrices, chocolates, muchos chocolates, vino tinto y cantonés. Mi cuerpo está habitado, por un espíritu color índigo, intrépido e irreverente, soñador y emocional.

El Oso de la Luna Creciente

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"La curandera le aseguró: -Sí puedo, pero necesito un ingrediente especial. Por desgracia, se me han acabado los pelos del oso de la luna creciente. Tendrás que subir a la montaña, buscar al oso negro y traerme un solo pelo del creciente lunar que tiene en la garganta. Entonces te podré dar lo que necesitas y la vida te volverá a sonreír." El oso de la luna creciente Hoy voy a contar mi versión de los hechos. No estuve ahí. Nadie me contó esta historia. Sólo la sentí.  Mi animal de poder es el oso. El de él también. Lo vi la primera noche que hicimos el Amor. Lo vi claramente, como cuando duermo y veo mis sueños.  Hace poco lo vi de nuevo. Esta vez era un oso polar. Entonces recordé este cuento.  Pude ver otro final para la historia de esta muchacha. Vi una muchacha que se quedaba en el bosque. Con el oso. Olvidó al esposo con heridas emocionales de guerra, que cerró su corazón del todo, a la posibilidad de sentirse amado por una esposa más que dispuesta a servirle. La mucha