El placer de lo simple
A simple vista es un parque abandonado. Una hamaca cuelga del tronco roto, partido a la mitad. El césped está seco como la época del año. Sólo sirve el sube y baja.
- Suuuube y baja, baja y suuuube. Suuuube y baja, baja y suuuube - le canto a mi bebé mientras sube y baja, sentado en cuclillas, sonriendo con su hermoso camanance.
- ¿Vamos al tobogán, Leo?
Camina despacito con sus pies descalzos. Lo subo al tobogán y se deja caer hasta que le doy un empujoncito. Al bajar, busca subirse por la red de mecate, que hace años dejó de existir.
Le llamo la atención la hamaca debajo del tobogán. Esa que puso su abuelo hace tantos años ya, para mecer a Ámbar. Está rota y desteñida. A Leo no le importa. Lo mezo tantas veces que pierdo la noción del tiempo viendo sus ojos brillar a través de sus largas pestañas.
- Es una hamaca para bebés. Era de tu hermanita Ámbar. Leo es un bebé.
- Leo es un bebé, repite con su dulce voz.
Leo todavía es un bebé. Mi bebé. El mismo que permite que sonría mi alma, que el Sol me abrace y que me despierte la capacidad de asombro.
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