El escenario
Tenía sólo 6 años cuando ya estaba subida allí arriba, rasgando las cuerdas de la guitarra y sosteniendo los acordes con dificultad... pero lo valía. A los 7 hacía un solo en "Que canten los niños". ¡Tenía mi propia estrofa! Y mi madre estaba frente a mí mientras cantaba: "yo canto para que sonría mamaaaaá..." Después de mí seguía Ronny: era increíble, tenía una voz excepcional.
Salí de la Roosevelt y seguí rasgando las cuerdas de mi nueva guitarra en la estudiantina de mi nueva escuela de monjas y sólo mujeres. Ahora hasta nos íbamos de gira. Y así fue hasta los 12, cuando se me ocurrió que quería ser cantante y mi padre me dijo que moriría de hambre.
A los once escribí mi primer cuento, y seguí haciéndolo. Le puse más atención a mis pinturas, además. Y mi intento por hacer una pasarela para ingresar a un grupo de modelaje que sugirió una alumna de quinto, fue un fracaso: ni siquiera llegué a finalista. En fin, fueron sólo cinco años lejos de un escenario... hasta que entré a la Universidad y llevé por curiosidad el taller de teatro, después de fallidos intentos en la pastoral juvenil... era buena para sobreactuar, no para ser natural. A punta de esfuerzo (y no fue fácil), creo que logré la naturalidad a lo largo de siete años de funciones consecutivas, giras, ensayos, trabajos de mesa, investigación, observación, pero sobretodo cariño: el escenario volvió a ser una parte importante de mi vida.
Pero todo ciclo tiene su fin, y me tocaba desprenderme de esa burbuja que es la Universidad, así es que me fui muy lejos, bueno, no tanto... Me fui a trabajar a un hotel de playa y, aunque allí el teatro perdía su fin social, aún estaba sobre un escenario: bailando, saltando, brincando, jugando con los niños, contándoles cuentos con disfraz de hada y haciendo reír a los adultos interpretando a la esposa que le pone los cuernos al marido...
Ese ciclo también llegó a su fin y por razones del azar, participé en un certamen de belleza interno. Mis amigas no entendían qué hacía yo ahí, y por qué había aceptado participar. En fin, era la única forma de estar cerca del escenario... Y tras dos meses de intensos ensayos, llegó el día de desfilar frente a los ojos de todo el hotel. Era la más pequeña de mis compañeras (1.60), por tanto era la primera en salir. Me temblaban las rodillas y me cascaban los dientes. ¡Por Dios! ¿En qué momento olvidé la coreografía? Sentía que el corazón me palpitaba como nunca. Recuerdo que mi ex-novio me había dicho: "¿a qué le temes si has estado en teatro?". Muy bien, pero esto era diferente: no era la mendiga, ni Eva, ni María Candelaria, ni la mujer de Ramón, ni Jorge, el protagonista de "Carrete en compañía", era yo misma, frente a los ojos de todos mis compañeros y jefes del hotel, que me miraban con sus ojos ciegos. Me sentí más desnuda que nunca: estaba completamente expuesta. Así que decidí mirarlos de la misma forma. Intenté hacer el papel de diosa con el chal negro con el que de paso no había ensayado. Pero el vestido de baño no me favorecía. Sin embargo estaba segura de que cuando llegara la hora de la pregunta respondería con firmeza y convicción: y así fue.
En cuanto terminó esa falacia, después de recibir la banda del tercer lugar, me desprendí las uñas postizas de un tirón: fue más doloroso el resultado de representarme a mí misma.
Salí de la Roosevelt y seguí rasgando las cuerdas de mi nueva guitarra en la estudiantina de mi nueva escuela de monjas y sólo mujeres. Ahora hasta nos íbamos de gira. Y así fue hasta los 12, cuando se me ocurrió que quería ser cantante y mi padre me dijo que moriría de hambre.
A los once escribí mi primer cuento, y seguí haciéndolo. Le puse más atención a mis pinturas, además. Y mi intento por hacer una pasarela para ingresar a un grupo de modelaje que sugirió una alumna de quinto, fue un fracaso: ni siquiera llegué a finalista. En fin, fueron sólo cinco años lejos de un escenario... hasta que entré a la Universidad y llevé por curiosidad el taller de teatro, después de fallidos intentos en la pastoral juvenil... era buena para sobreactuar, no para ser natural. A punta de esfuerzo (y no fue fácil), creo que logré la naturalidad a lo largo de siete años de funciones consecutivas, giras, ensayos, trabajos de mesa, investigación, observación, pero sobretodo cariño: el escenario volvió a ser una parte importante de mi vida.
Pero todo ciclo tiene su fin, y me tocaba desprenderme de esa burbuja que es la Universidad, así es que me fui muy lejos, bueno, no tanto... Me fui a trabajar a un hotel de playa y, aunque allí el teatro perdía su fin social, aún estaba sobre un escenario: bailando, saltando, brincando, jugando con los niños, contándoles cuentos con disfraz de hada y haciendo reír a los adultos interpretando a la esposa que le pone los cuernos al marido...
Ese ciclo también llegó a su fin y por razones del azar, participé en un certamen de belleza interno. Mis amigas no entendían qué hacía yo ahí, y por qué había aceptado participar. En fin, era la única forma de estar cerca del escenario... Y tras dos meses de intensos ensayos, llegó el día de desfilar frente a los ojos de todo el hotel. Era la más pequeña de mis compañeras (1.60), por tanto era la primera en salir. Me temblaban las rodillas y me cascaban los dientes. ¡Por Dios! ¿En qué momento olvidé la coreografía? Sentía que el corazón me palpitaba como nunca. Recuerdo que mi ex-novio me había dicho: "¿a qué le temes si has estado en teatro?". Muy bien, pero esto era diferente: no era la mendiga, ni Eva, ni María Candelaria, ni la mujer de Ramón, ni Jorge, el protagonista de "Carrete en compañía", era yo misma, frente a los ojos de todos mis compañeros y jefes del hotel, que me miraban con sus ojos ciegos. Me sentí más desnuda que nunca: estaba completamente expuesta. Así que decidí mirarlos de la misma forma. Intenté hacer el papel de diosa con el chal negro con el que de paso no había ensayado. Pero el vestido de baño no me favorecía. Sin embargo estaba segura de que cuando llegara la hora de la pregunta respondería con firmeza y convicción: y así fue.
En cuanto terminó esa falacia, después de recibir la banda del tercer lugar, me desprendí las uñas postizas de un tirón: fue más doloroso el resultado de representarme a mí misma.
Comentarios
aaaaay que boniiiitooo....
Pero es cierto: es mas dificl ser uno mismo q representar a otros en un escenario, uno siempre se expone... es duro, doloroso, e increible a la vez!
Es otra manera de conocerse a uno mismo de la mejor manera: exponiendose.
en toñas... ahora sí me sacó el menudo la criscampana!!! será que ahora nos prepara para cuando la veamos en tica linda este año?
i
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