Entre una magnolia y un violín rojo



Magnolia era nuestra película favorita. Así es que un día le regalé un paquete de inciensos de Magnolia.

Él me recordó este detalle cuando nos reencontramos, a su regreso de Europa. Yo ya lo había olvidado...

Empezamos a salir. ¿Dije salir? En realidad nunca salimos de su habitación. Habíamos encontrado una conexión sexual que no habíamos logrado antes. Y sin embargo, la primera noche le dije lo que realmente buscaba.

La pasábamos bien teniendo una buena conversación, una botella de vino, una buena película y una mejor sesión de sexo. Pero lo que yo realmente quería y quiero y busco en mi interior, no lo obtendría de este menú. Por eso las madrugadas se tornaban amargas, y sentía frío aunque durmiera a su lado.

Una mañana recibí un mensaje de texto de una amiga en común: Me besó. Y me invitó a su apartamento. Pero no quise ir. Ella ignoraba que para esos días nos habíamos estado viendo. Tomé aire y la llamé. Dejé que me contara todo con lujo de detalles. Luego le conté la verdad. Ella no lo podía creer, y lo eliminó de su Vida, así como yo lo hice después de encararlo. No teníamos una relación, pero él sabía que yo sí la quería. Y aunque no tuviéramos nada, ella no era una desconocida, sino amiga de ambos. Le tiré al suelo su discurso existencial-espiritual de ese entonces, di media vuelta y me fui. Tomé mi frustración y la convertí en un poema:

Un tango,
es una risa burlona,
el fondo de una botella de lágrimas contenidas,
el recuerdo de una última vez,
un beso con sabor a sangre,
el perfume del despecho,
la dulzura de lo amargo,
un "te quiero" a media voz.


Y de ese poema surgió un montaje al que llamé Esencia. Llevé las clases de tango que quería llevar con él. Y me desahogué en el escenario, ahorrándome las lágrimas. Decidí crear. Y cuando todo estuvo listo, lo invité al estreno. Por supuesto, no llegó. Pero para mi la transmutación fue suficiente.

Un año después, en un momento en el que no deseaba ver a nadie: ni a mi misma, me salió al paso, me pidió que habláramos. Y yo desde mi Universo oscuro acepté hacerlo. Se disculpó. Y le dije, no pasa nada, fui demasiado dramática. Y me dijo, sí, pero también te debo una disculpa. Y nos dimos un abrazo incómodo mientras las palomas revoloteaban en el cielo de la Plaza de la Cultura.

Nunca está más oscuro que cuando va a amanecer, me dijo viendo mis ojos maquillados por mis ojeras. Arrastré esa frase hasta que estuve completamente recuperada y de nuevo vi la luz del Sol. Es lo que me quedó de él. Eso, y el DVD de El violín rojo, otra de nuestras películas favoritas.

Pero la historia no termina ahí... El destino le juega a una malas pasadas... y esta vez lo hizo a través de una llamada: -Te llamaba para que nos tomáramos un café, recuerdo que teníamos buenas conversaciones... Acepté fríamente y llegué a nuestro encuentro, dispuesta a todo.

Lo miré a los ojos y le dije lo que pretendía sin una sola palabra. Me detuvo el aliento con un beso en media Avenida Central. El resto es historia. Durante unas tres semanas nos volvimos a conectar. O al menos eso creí. Las cosas siguieron funcionando en su cama y fuera de ella, porque sí, la pasamos bien juntos, nos reímos, conversamos, nos deseamos. ¿Entonces qué pasó? La única forma en la que puedo explicar su desaparición es que el tipo es un pinche cobarde (y yo una boluda por volver a caer). Fin de la historia.

Comentarios

Ricardo Miñana dijo…
Muy bonito el post,
es un placer pasar a leerte.
que tengas un feliz fin de semana.
un abrazo.
Hugo Escalante dijo…
Uno no puede evitar que el pensamiento se le llene de imágenes al leer.
Es ... como el plato fuerte en L'Ille de France, mientras una burbuja sube desde el fondo de la copa de champagne.
Artefactuosa dijo…
ya sabés lo que te voy a decir, amiga... y que hace mucho no nos vemos. <3
Cristibel dijo…
Exacto, ¿cuándo vamos por un café con chocolate?

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