Esto es para ti
- Esto es para ti, que te gustan los cadáveres.
Me entregó una cajita pequeña, la abrí, y en efecto contenía un cadáver: el de un caballito de mar.
Y es que siempre me ha gustado cortar las flores y colocarlas en floreros o disecarlas en el ropero.
A él lo conocí una tarde lluviosa de domingo. Era mi último año en la Universidad, y en un acto de impulsividad, me había ido a vivir con una ex compañera del colegio. A ella le pareció maravillosa la idea de hacer un grupo para hablar de temas de género. Y muy a pesar de la lluvia, esa tarde llegaron un par de estudiantes de Sociología.
Me gustaron sus ojos verdes, y el tono de su voz, grave. Semanas después lo escucharía proyectarla en las manifestaciones contra la guerra de Irak, en media Avenida Central. Pero lo que realmente me movió el piso fue cuando bailamos el soundtrack completo de Buena Vista Social Club. Bailamos casi toda la noche, incluso cuando mi compañera se fue a dormir. Ya para entonces el deseo era inevitable.
Se quedó una semana completa. Sólo nos levantábamos de la cama para comer o bañarnos. Ya no recuerdo si esa semana fui a clases. Me aprendí de memoria el sabor de su piel y a él le gustaba mi olor, y no el de mi perfume.
Tenía la sensibilidad de un poeta, y no sólo era inteligente, sino que era astuto. Me hacía reír con sus ocurrencias: aún puedo escuchar su risa. Era todo un caballero hippie. Rara combinación… única en su especie.
Fueron cuatro meses muy intensos… Hasta que se acercó la fecha en la que tenía que regresar a Venezuela. Por esos días me dijo: - ¿Has hecho el amor en la playa? Y ante mi negativa me contestó: ¿Cómo? ¿Entonces qué vas a hacer a la playa? Así fue como nos despedimos. No teníamos más que los pases del bus y unas tricopilias. Comimos coco con guayabitas y besos, y nos sentamos a ver las olas en la madrugada, después de hacer el amor en la playa, afuera del camping. Pasaron muchos años antes de que yo quisiera volver al Caribe.
La invitación para ir a Maracaibo estuvo pendiente por muchos años. Nos comunicábamos por mail. Y cada correo estaba cargado de poesía pura. Pero no, no tuve los huevos para irme. Una vez estuve a punto de casarme con un gay venezolano para obtener la nacionalidad. Y bueno, él estaba enamorado de un tico. Para ese entonces vivía en la playa, y el objetivo era ahorrar para comprar el pasaje, pero todo me lo gasté en las fiestas hasta el amanecer en Tamarindo.
Pasaron los años, él ahora es padre, tal y como lo predijo un amigo en común que es medio brujo. Conocí a la madre de su hijo a través de Skype, y se ven felices.
Nunca se sabe, cuando se me despierte la gitanería, quizás la fortuna me conceda ver de nuevo esos ojos verdes.
Me entregó una cajita pequeña, la abrí, y en efecto contenía un cadáver: el de un caballito de mar.
Y es que siempre me ha gustado cortar las flores y colocarlas en floreros o disecarlas en el ropero.
A él lo conocí una tarde lluviosa de domingo. Era mi último año en la Universidad, y en un acto de impulsividad, me había ido a vivir con una ex compañera del colegio. A ella le pareció maravillosa la idea de hacer un grupo para hablar de temas de género. Y muy a pesar de la lluvia, esa tarde llegaron un par de estudiantes de Sociología.
Me gustaron sus ojos verdes, y el tono de su voz, grave. Semanas después lo escucharía proyectarla en las manifestaciones contra la guerra de Irak, en media Avenida Central. Pero lo que realmente me movió el piso fue cuando bailamos el soundtrack completo de Buena Vista Social Club. Bailamos casi toda la noche, incluso cuando mi compañera se fue a dormir. Ya para entonces el deseo era inevitable.
Se quedó una semana completa. Sólo nos levantábamos de la cama para comer o bañarnos. Ya no recuerdo si esa semana fui a clases. Me aprendí de memoria el sabor de su piel y a él le gustaba mi olor, y no el de mi perfume.
Tenía la sensibilidad de un poeta, y no sólo era inteligente, sino que era astuto. Me hacía reír con sus ocurrencias: aún puedo escuchar su risa. Era todo un caballero hippie. Rara combinación… única en su especie.
Fueron cuatro meses muy intensos… Hasta que se acercó la fecha en la que tenía que regresar a Venezuela. Por esos días me dijo: - ¿Has hecho el amor en la playa? Y ante mi negativa me contestó: ¿Cómo? ¿Entonces qué vas a hacer a la playa? Así fue como nos despedimos. No teníamos más que los pases del bus y unas tricopilias. Comimos coco con guayabitas y besos, y nos sentamos a ver las olas en la madrugada, después de hacer el amor en la playa, afuera del camping. Pasaron muchos años antes de que yo quisiera volver al Caribe.
La invitación para ir a Maracaibo estuvo pendiente por muchos años. Nos comunicábamos por mail. Y cada correo estaba cargado de poesía pura. Pero no, no tuve los huevos para irme. Una vez estuve a punto de casarme con un gay venezolano para obtener la nacionalidad. Y bueno, él estaba enamorado de un tico. Para ese entonces vivía en la playa, y el objetivo era ahorrar para comprar el pasaje, pero todo me lo gasté en las fiestas hasta el amanecer en Tamarindo.
Pasaron los años, él ahora es padre, tal y como lo predijo un amigo en común que es medio brujo. Conocí a la madre de su hijo a través de Skype, y se ven felices.
Nunca se sabe, cuando se me despierte la gitanería, quizás la fortuna me conceda ver de nuevo esos ojos verdes.
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