La historia sin fin
Era un 31 de diciembre cuando lo esperaba en la entrada del Mall San Pedro, con mis características botas negras y mi minifalda. Aunque parezca una fecha extraña para una primera cita, lo era. Por alguna razón todos mis amigos tenían algo que hacer esa noche y yo recibiría el Año Nuevo con un perfecto desconocido. Sólo sabía dónde trabajaba y a qué se dedicaba... porque fue donde lo conocí, una semana antes, cuando nos quedamos viendo profundamente a los ojos. Tanto, que casi se cae el pobre. De hecho se le cayó todo el contenido de la bandeja, y aún no me explico cómo no se le quebró ni un vaso. Si alguna vez han dudado del amor a primera vista, es porque aún no lo han vivido.
En esa época yo actuaba rápido, así es que le escribí mi teléfono en la factura. Créanme: funciona. Así es que ahí estábamos, buscando en un taxi el mejor lugar para pasar la última noche del año. Pero el destino decidió que los mejores lugares estarían cerrados, así es que terminamos en una disco gay, en medio de confetti de colores y comparsa brasileña. En fin, lo que menos importaba era el lugar, sino la compañía. La noche se nos quedó corta, y el lugar en el que estábamos, aún su apartamento... y mi falda. Me dejé ir, como lo he hecho cada vez que nuestros cuerpos y nuestras almas deciden reencontrarse.
Empecé a llegar a mi casa cada vez más tarde... o más temprano, como quiera verse. Hasta que un día, al enfrentar el frío de una mañana de enero, me encontré el portón con una gran cadena de hierro y un gran candado... Era absurdo tener que enfrentar eso después de haber estado acurrucada por el calor de su cuerpo. Así es que tomé una decisión: empecé a buscar apartamento. Él me ayudó, hasta que encontré el lugar en el que quería vivir. Y en el que viví durante año y medio. Y en el que vivimos encuentros y desencuentros, lágrimas y sonrisas, desayunos compartidos, y de esos días que ambos sólo deseábamos quedarnos entre las sábanas, porque las ganas no se acababan nunca... Yo veía el brillo de sus ojos y nada brillaba más por ese entonces, ni las estrellas. Qué hermoso escuchar un te amo y sentirlo vibrar en tu pecho izquierdo. Me sorprendía a mi misma sonriendo mientras él no estaba. Todo era tan perfecto que daba miedo. Trabajo estable, apartamento y un amor... fresco como una lechuga recién cosechada.
Y en esa canción nos pasamos los primeros diez meses, hasta que el peso de la diferencia de horarios empezó a sentirse. Él llegaba muy cansado de su trabajo, pero eso no era importante mientras a mi se me ocurría que un buen masaje de pies podría aliviar el cansancio. Lo terrible fue cuando nos encontramos frente a frente sin un tema para hablar, y cuando empecé a sentir su ausencia. Y cuando su ausencia empezó a llenarla otro... Pero esa es otra historia...
Hay conexiones que ni con el tiempo... Y así se pasaron los meses, y dejó de ser una relación... pero mantuvimos lo que nos había unido desde el principio. Y lo entendimos, y lo aceptamos implícitamente. Y pasaron los años... Así es que cuando nos viene a bien, nos comunicamos telepáticamente y luego por mensaje de texto. Y luego nuestros cuerpos se reconocen, porque el uno ya sabe lo que el otro necesita. Si sucediera lo mismo con el alma... y con el corazón... En fin, las cosas son perfectas como son. Y creo que si aún hay conexión física, es porque la piel recuerda que una vez estos cuerpos se amaron y se adoraron... Por un tiempo que fue mágico... hasta que las arrugas nos cubran la piel que una vez fue joven y tersa.
Cuando una noche de amor desesperados
Caigamos juntos y enredados...
tú y yo, el destino y el corazón, seremos uno
En esa época yo actuaba rápido, así es que le escribí mi teléfono en la factura. Créanme: funciona. Así es que ahí estábamos, buscando en un taxi el mejor lugar para pasar la última noche del año. Pero el destino decidió que los mejores lugares estarían cerrados, así es que terminamos en una disco gay, en medio de confetti de colores y comparsa brasileña. En fin, lo que menos importaba era el lugar, sino la compañía. La noche se nos quedó corta, y el lugar en el que estábamos, aún su apartamento... y mi falda. Me dejé ir, como lo he hecho cada vez que nuestros cuerpos y nuestras almas deciden reencontrarse.
Empecé a llegar a mi casa cada vez más tarde... o más temprano, como quiera verse. Hasta que un día, al enfrentar el frío de una mañana de enero, me encontré el portón con una gran cadena de hierro y un gran candado... Era absurdo tener que enfrentar eso después de haber estado acurrucada por el calor de su cuerpo. Así es que tomé una decisión: empecé a buscar apartamento. Él me ayudó, hasta que encontré el lugar en el que quería vivir. Y en el que viví durante año y medio. Y en el que vivimos encuentros y desencuentros, lágrimas y sonrisas, desayunos compartidos, y de esos días que ambos sólo deseábamos quedarnos entre las sábanas, porque las ganas no se acababan nunca... Yo veía el brillo de sus ojos y nada brillaba más por ese entonces, ni las estrellas. Qué hermoso escuchar un te amo y sentirlo vibrar en tu pecho izquierdo. Me sorprendía a mi misma sonriendo mientras él no estaba. Todo era tan perfecto que daba miedo. Trabajo estable, apartamento y un amor... fresco como una lechuga recién cosechada.
Y en esa canción nos pasamos los primeros diez meses, hasta que el peso de la diferencia de horarios empezó a sentirse. Él llegaba muy cansado de su trabajo, pero eso no era importante mientras a mi se me ocurría que un buen masaje de pies podría aliviar el cansancio. Lo terrible fue cuando nos encontramos frente a frente sin un tema para hablar, y cuando empecé a sentir su ausencia. Y cuando su ausencia empezó a llenarla otro... Pero esa es otra historia...
Hay conexiones que ni con el tiempo... Y así se pasaron los meses, y dejó de ser una relación... pero mantuvimos lo que nos había unido desde el principio. Y lo entendimos, y lo aceptamos implícitamente. Y pasaron los años... Así es que cuando nos viene a bien, nos comunicamos telepáticamente y luego por mensaje de texto. Y luego nuestros cuerpos se reconocen, porque el uno ya sabe lo que el otro necesita. Si sucediera lo mismo con el alma... y con el corazón... En fin, las cosas son perfectas como son. Y creo que si aún hay conexión física, es porque la piel recuerda que una vez estos cuerpos se amaron y se adoraron... Por un tiempo que fue mágico... hasta que las arrugas nos cubran la piel que una vez fue joven y tersa.
Cuando una noche de amor desesperados
Caigamos juntos y enredados...
tú y yo, el destino y el corazón, seremos uno
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