Perlas a los cerdos
Ella se estaba poniendo seca. Cumplía tres años sin ser tocada, sin sentir la explosión de un orgasmo de a dos. Había pasado por todas las etapas: indiferencia, odio, rechazo, deseos incontrolables, luego resignación y de nuevo deseos incontrolables.
Un día se cansó, justo antes de estar dispuesta a pagar por sexo. Lo vio en la calle. Joven, muy joven, con la piel tersa, los ojos achinados y el cabello negro. Le gustó el uniforme. Era un cliché y no le importaba.
Él le pidió el número. Ella se lo dio y así empezaron a chatear. Primero pretextos, luego insinuaciones. Luego las conversaciones eran más interesantes y más intensas. "Interesantes", no es la palabra. Su escaso vocabulario y su pésima ortografía la ponían de mal humor. Además, tenía que explicarle las cosas más de dos veces, porque él no entendía. NO hablaban el mismo español. Y no porque fuera extranjero. ¡Qué le quedaba! No más que hacerse de la vista gorda. Total, se trataba de un polvo. Empezaron a intercambiar fotos y videos sexuales. Fijaron una cita. Ella reservó en un hotel boutique. Estaba segura de que él jamás había estado ahí. Antes irían a cenar y a tomar algo. Habían hablado tanto de esa noche..., y se habían masturbado juntos pensando en esa noche.
Cuando finalmente llegó la hora y la fecha fijadas, ella se detuvo en la entrada del restaurante. Se devolvió sobre sus pasos, pero antes de regresar a casa, se detuvo en un sex shop para comprar un consolador... por si pasaban tres años más. Consolador. C - o - n - s - o - l - a - d - o - r . Consolador.
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