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A tres días de mi cumpleaños número 36, me siento una mujer más segura, más empoderada de mí misma, definitivamente más fuerte y con más agallas para enfrentar lo que venga. Y todo esto se lo debo definitivamente a mi pequeña maestra. No soy la misma mujer desde que soy mamá, y sé que la aventura apenas empieza, pero también estoy consciente de que he vivido un proceso de transformación increíble.
Me dejó de importar lo que diga y piense la gente de mi, que de todas formas ya lo cantaba a gritos cuando tenía 15. Por primera vez puedo llamarme productora audiovisual sin que se refiera sólo al título. Estoy trabajando en tener un título que dejé pendiente hace años, por miedo de enfrentarlo, y también por esa mala palabra que no existe en mi vocabulario que se llama pereza. Estoy enfocada en lo realmente importante, y me siento orgullosa de ello.
He estado tan enamorada de mi beba y de mí misma, que se me olvidó un poco lo que era amar a alguien más, incluso desear a alguien más. Creo que estoy atravesando el umbral del fin de lo que Laura Guthman llamaría "el encuentro con mi propia sombra", que no es otra cosa que la etapa postparto, que yo más bien le llamaría el proceso postparto. Sí, dura aproximadamente unos dos años y medio, y no tres meses que es cuando la mayoría de las mujeres de mi país tienen que volver a trabajar.
Las ideas fluyen, y cuento con la bendición con que no se topan con pared alguna. Tengo la certeza de que TODO ES POSIBLE, y no porque me lo dijeran en El Secreto, o en Metafísica 2 x 1, sino porque lo vivo diariamente. La misma Conny Méndez lo dice en su libro: compruébelo por usted mismo.
Tengo unas ganas enormes de reencontrarme con la mujer que fui, aunque estoy consciente de que es desde otro plano. Quiero bailar, quiero sentirme hermosa, quiero sentirme bien... Y volveré al tango, como él ha vuelto a mi. Y seguiré bailando la danza sagrada hasta el fin de mis días, y le enseñaré a mi hija sus primeros pasos.
Quiero reconectarme con mis raíces, porque la sangre me jala, porque han pasado 12 años ya: demasiado tiempo. Alguna misión tengo por allá que tendré que cumplir, aunque sólo se trate de un reencuentro.
Trabajaré por tener mi propia casa, y mi propio carro. Por darle a mi hija un techo digno, un hogar donde reinen la paz y el amor. Nos merecemos lo mejor, y no menos que eso.
Doy gracias por todas las bendiciones que he recibido en mi último año de Vida, así como por las pruebas, las enfermedades, la separación de mi madre, aunque duela, las personas que he conocido, las que se han apartado de mi camino, los atardeceres, el beso eterno con el Mar, las amigas del alma, las niñas hermosas y los niños hermosos con los que hemos jugado Ámbar y yo, y sus madres y sus padres, la escasez y la abundancia, la comida deliciosa, las miradas cómplices, la Luna siempre observante e influyente, y sobre todo por la Vida, y cada respiro. Y por ver la belleza de mi beba dormida a mi lado. No podría ser más dichosa. Namasté.
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