Cuento para no estar tristes
Tras mucho pensarlo, ella empezó a llorar. No quería lastimarla, tan pequeña y tan frágil, se daría cuenta que su mamá estaba triste. Pero ella escuchó una voz que le decía: dejálo ir. Así que lloró, con todo el dolor de su corazón, y sus lágrimas se hicieron resina de ámbar, y rodaron suavemente por su vientre, convirtiéndose en piedras preciosas. Afuera llovía también, así que el Cielo y ella lloraron juntas.
Soñó despierta que podía llorar sobre un pecho, y abrazar unos brazos también maternales. Es curioso como a veces una también necesita volver a ser una niña.
Cuando se bajó del autobús, no abrió su paraguas, sino que se bañó con la lluvia, así que sus lágrimas ahora eran dulces. Caminó, hasta la montaña, se elevó y bailó entre los árboles, bajo la lluvia, y las ramas de los árboles le hicieron cosquillas. Cansada, se acurrucó en la raíz de un árbol, a descansar. Se despertó al día siguiente con los primeros rayos del Sol, bañada de rocío.
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