Posparto en tiempos de pandemia




Lloré delante de todos los compañeritos de Ámbar, sus mamás, papás y cuidadores, y de su maestra. Ella me recomendó tomar Sol y agua. Así lo hice. Llevé a mis hijos al único lugar que no está cercado. Le llamamos "la lomita". Y no daré su ubicación, porque en tiempos de restricciones, basta alzar la voz para que te la tapen con una mascarilla o tapa bocas. No es fácil ser un salmón y nadar contra corriente. No es fácil ser una oveja negra en esta sociedad. Lo fácil es caminar con el rebaño, con los oídos taponeados por las estadísticas de muertes del virus en cuestión. Lo difícil es darse cuenta que fueron más los muertos por el AH1N1 y no existían este tipo de restricciones.

Se acerca el 2 de agosto en un pueblo que históricamente ha sido salvado por su fé, y quieren impedirles caminar. Caminar es un ejercicio físico, oxigena el cerebro, libera toxinas, regula la respiración. Es justo y necesario. En verdad es justo y necesario. Para el cuerpo, para el alma, para la mente, para el corazón. Sí, también regula el pulso cardíaco. ¿Por qué nos quieren encerrar en nuestras casas? ¿Se lo han preguntado? Soy como una planta, y tal como me lo recetó la maestra de mi hija, necesito Luz, Aire, Agua y Tierra. Que no me cierren los parques para ir a jugar con mis hijos. Que mi bebé Leo pueda dar sus primeros pasos sobre el césped fresco. Que mi hija Ámbar pueda correr, volver a jugar al escondido, al anda... Juguemos en el bosque, mientras el lobo no estás, ¿lobo estás? ¿Quién me va a acusar de querer ofrecerle a mis hijos un lugar para jugar y reconectarse con la Naturaleza? La Madre Naturaleza es la madre de todos y todas. Y está lanzando un grito. Un aullido profundo. Se está reestableciendo, recuperándose, renovándose. Es la parte positiva de que haya restricción vehicular.

Volviendo a la causa de mis lágrimas: fui reprendida por no haber presentado ninguna evidencia del trabajo en casa de Ámbar. Me sentí la peor madre. Reconozco que tengo que organizarme mejor, pero también me reconozco como madre lactante. Cuando Ámbar era una bebé como Leo, salí a las calles con ella pegada a la teta para defender mi derecho de amamantarla en público. Mi derecho y el de todas las mujeres. No fui a una, sino a varias mamatones. Ámbar y yo lo hicimos. Y hablamos frente a los medios de comunicación, y gritamos en las calles. Le enseñé a mi hija desde que estaba pegada a mi teta su derecho de defender sus derechos. El calladita más bonita, no es para nosotras, mi princesa. Nosotras somos mujeres pensantes, creadoras, marchantes, cuestionadoras. Me enojé mucho cuando el mejor amigo del padre de mi hija le dijo a él, refiréndose a mi: - Necesitabas una así, de bajo perfil. 
¡¡¡¿¿¿QUÉ???!!! Entonces me volví mediática. Mi hija y yo teníamos (y tenemos) mucho que decir. Y, me contradigo. Ahora tiene la delicadeza de preguntarme: - ¿Puedo decirles que el virus no existe?

El miércoles pasado, como es mi rutina. me baño mientras Ámbar está en clases virtuales, y después del baño, duermo a mi bebé. Sí, dándole teta. Ámbar no pudo entender las instrucciones. Me necesitaba, y mi bebé también a mi, y yo a él. Quiero tener el derecho a amamantarlo y cuidarlo como cuidé a Ámbar, sin sentirme una mala madre por no ponerle suficiente atención. Quiero tener el derecho de dedicarme a tener tiempo a solas conmigo misma, con mi pareja. He llorado tanto en las últimas dos semanas, que tengo bolsas debajo de los ojos. QUIERO SER MADRE LIBREMENTE PORQUE YO ELEGÍ CONSCIENTEMENTE TENER DOS HIJOS. Y una de las principales razones es porque quise vivir una historia diferente. Y la estoy construyendo, la estamos construyendo, aún en medio de la pandemia, siento que he ido superando obstáculos uno a uno. No, no es fácil. Y quiero abrazarme como quiero abrazar a todas las madres que están en sus casas, tratando de lidiar con las guías autónomas, Teams, los quehaceres domésticos, los hijos, el trabajo, los estudios, la familia, sus parejas o la ausencia de ellas... ¡consigo mismas! Porque somos cíclicas y aún a estas alturas hay mujeres que desconocen sus ciclos. Yo misma, aún habiéndolos vivido y estudiado había olvidado algo tan básico como que soy una mujer puerpera, es decir, en etapa de postparto, y que, esta etapa, de acuerdo a Laura Guthman en su libro: Maternidad y el encuentro con la propia sombra, dura aproximadamente dos años y medio, cuando el niño o la niña son conscientes de que son individuos y no una unidad con su madre. Y, como mujer puerpera, mis hormonas están hechas un lío y por eso, estoy hecha de material sensible, y con todo lo sensible que puedo ser en esta etapa, tengo que adaptarme. Y he sido etiquetada por mis propias amigas de hipersensibilidad, cuando ellas mismas fueron madres lactantes, madres puerperas, mujeres hormonales, que vivieron sus maternidades de distintas maneras, porque todas somos distintas, como los colores que no podemos distinguir porque el iris de nuestras pupilas no nos lo permite. Y respetar la forma en la que cada una decide vivir su maternidad, es AMOR. Y que la sociedad te permita vivir tu maternidad como te nace de las entrañas, ES TU DERECHO, MUJER. Y te lo digo con los ojos llorosos y firmo con la leche que sale de mis tetas. Y no firmo con la sangre de mi menstruación, porque aún no ha regresado, porque amamanto a mi bebé, y lo amamantaré el tiempo que él y yo decidamos, porque ya me gané ese derecho en las calles de mi país cuando mi hijita Ámbar mamaba mi leche y mis ideas, y mis consignas a VIVA VOZ. 

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