Partida
Mi alma estaría en su momento más oscuro. Mi mente no recuerda por qué lo elegí. Lo que sí recuerdo es cuando era una niña pequeña y lo adoraba, me adoraba. Era mi héroe, mi ídolo, mi salvador, mi amigo, mi compañero.
Me encantaba ir con mi mamá a visitarlo a su trabajo. Me sentía muy orgullosa de él y de lo que hacía, aunque no entendiera muy bien qué era exactamente lo que hacía. Ibamos juntos al estadio, aunque no compartíamos la afición por el mismo equipo. Paseábamos y viajábamos mucho, tanto fuera como dentro del país. Por él conocí muchos parques nacionales. Lo esperaba ansiosa cuando regresaba del trabajo, tanto para verlo y abrazarlo, como para darle las quejas de las cosas feas que me había dicho mi mamá. Le escondía los cigarros, para que no fumara más. Hoy tiene 56 años de fumar.
Cuando tenía 11 años, me dijo que en el colegio no podría tener novio, y que si tenía novio en la Universidad, él tendría que pagármela. De todas formas, en mi colegio de sólo mujeres no tenía muchas posibilidades de conocer chicos. Aunque los del Salesiano nos esperaban a la salida, mi papá siempre me recogía. No salía sino con mis amigas, a estudiar o a comer en un restaurante de comidas rápidas.
Dejó de ser mi cómplice, para pasar a ser el tirano, el de las órdenes, las reglas, las restricciones. Mi espíritu libre se agotó. Eso, y que no mencioné que mis padres me pegaban cada vez que algo no les parecía bien. Olvidé contar que, siendo niña, no todo era color de rosa. Obedecía, pero difícilmente me quedaba callada. Mi papá me recetaba con tabasco cada vez que contestaba. Desde entonces odio el chile picante.
El punto es que un día, teniendo 18, alisté mi bulto para ir al gimnasio, y un bolso extra con ropa. Dije que esa noche me quedaría a dormir con mi abuelita... y no volví más. Hablé con mi abuelita, y ella me acogió en su casa con los brazos abiertos. Entonces y sólo entonces pude ser yo. Estaba en la Universidad y era un Universo muy distinto al del colegio. Entonces pude ser libre. Liberarme de las reglas. Sin embargo fui responsable y terminé una carrera. Con mi trabajo en el grupo de teatro me pagué la Universidad sola. El tiempo pasó... al no encontrar trabajo en mi área, me fui a vivir a Guanacaste, regresé a los 7 meses, no duré ni tres meses con mis papás cuando ya estaba viviendo sola, en mi propio apartamento. Sin embargo, un año después, me quedé sin trabajo, y sentí miedo. Entonces mi papá me abrió las puertas de su casa y yo acepté.
En ese momento, mi abuelita estaba agonizando, y fue un buen momento para volver. Todos nos necesitábamos. El tiempo pasó y no llegué a tener un trabajo con el que pudiera mantenerme sola como antes. Dejó de ser agradable estar en la casa de mis padres. Hubo un año en el que me deprimí al punto de no desear vivir. Pero la Vida misma me mostró lo bella que es enseñándome una pajarita con sus polluelos. Seguí, hasta que un día se cumplió mi sueño de ser madre y eso empeoró las cosas. Él se fue de la casa cuando se enteró. Regresó en mi octavo mes de embarazo sólo para echarme de su casa. Afortunadamente yo ya tenía todo planeado para mi labor de parto y nunca faltan ángeles que te acogen.
Regresar a esa casa, con Ámbar de una semana de nacida, era un asunto de total incertidumbre. No sabía lo que nos esperaba. Y él tardó en alzarla y en enamorarse de ella, pero lo hizo, a su manera, no sin dejar a un lado las agresiones hacia mi y más tarde hacia ella. Mi Vida ahora es un infierno. Estoy a unas semanas de quedarme sin trabajo porque finaliza mi contrato y aún no sé qué haré. Cuando estoy ahí no tengo ganas de estar ahí, así que me aletargo. Duermo más, me la paso viendo películas con mi hija, no juego con ella, no me dan ganas de cenar. Es una Vida perra, y no entiendo por qué la elegí. Todo lo que deseo es salir de ahí, y ofrecerle a mi hija un hogar donde reinen el Amor, la Paz y la Armonía, la Abundancia y la Prosperidad. Quiero disfrutar de estar en nuestra casa, nuestro espacio, nuestro lugar. Quiero que ella tenga su propio cuarto. Un lugar donde pueda jugar tranquila y soñar, como yo soñé alguna vez siendo niña. Pero sin golpes, sin gritos, sin insultos. Lo merecemos, y pronto.
Me encantaba ir con mi mamá a visitarlo a su trabajo. Me sentía muy orgullosa de él y de lo que hacía, aunque no entendiera muy bien qué era exactamente lo que hacía. Ibamos juntos al estadio, aunque no compartíamos la afición por el mismo equipo. Paseábamos y viajábamos mucho, tanto fuera como dentro del país. Por él conocí muchos parques nacionales. Lo esperaba ansiosa cuando regresaba del trabajo, tanto para verlo y abrazarlo, como para darle las quejas de las cosas feas que me había dicho mi mamá. Le escondía los cigarros, para que no fumara más. Hoy tiene 56 años de fumar.
Cuando tenía 11 años, me dijo que en el colegio no podría tener novio, y que si tenía novio en la Universidad, él tendría que pagármela. De todas formas, en mi colegio de sólo mujeres no tenía muchas posibilidades de conocer chicos. Aunque los del Salesiano nos esperaban a la salida, mi papá siempre me recogía. No salía sino con mis amigas, a estudiar o a comer en un restaurante de comidas rápidas.
Dejó de ser mi cómplice, para pasar a ser el tirano, el de las órdenes, las reglas, las restricciones. Mi espíritu libre se agotó. Eso, y que no mencioné que mis padres me pegaban cada vez que algo no les parecía bien. Olvidé contar que, siendo niña, no todo era color de rosa. Obedecía, pero difícilmente me quedaba callada. Mi papá me recetaba con tabasco cada vez que contestaba. Desde entonces odio el chile picante.
El punto es que un día, teniendo 18, alisté mi bulto para ir al gimnasio, y un bolso extra con ropa. Dije que esa noche me quedaría a dormir con mi abuelita... y no volví más. Hablé con mi abuelita, y ella me acogió en su casa con los brazos abiertos. Entonces y sólo entonces pude ser yo. Estaba en la Universidad y era un Universo muy distinto al del colegio. Entonces pude ser libre. Liberarme de las reglas. Sin embargo fui responsable y terminé una carrera. Con mi trabajo en el grupo de teatro me pagué la Universidad sola. El tiempo pasó... al no encontrar trabajo en mi área, me fui a vivir a Guanacaste, regresé a los 7 meses, no duré ni tres meses con mis papás cuando ya estaba viviendo sola, en mi propio apartamento. Sin embargo, un año después, me quedé sin trabajo, y sentí miedo. Entonces mi papá me abrió las puertas de su casa y yo acepté.
En ese momento, mi abuelita estaba agonizando, y fue un buen momento para volver. Todos nos necesitábamos. El tiempo pasó y no llegué a tener un trabajo con el que pudiera mantenerme sola como antes. Dejó de ser agradable estar en la casa de mis padres. Hubo un año en el que me deprimí al punto de no desear vivir. Pero la Vida misma me mostró lo bella que es enseñándome una pajarita con sus polluelos. Seguí, hasta que un día se cumplió mi sueño de ser madre y eso empeoró las cosas. Él se fue de la casa cuando se enteró. Regresó en mi octavo mes de embarazo sólo para echarme de su casa. Afortunadamente yo ya tenía todo planeado para mi labor de parto y nunca faltan ángeles que te acogen.
Regresar a esa casa, con Ámbar de una semana de nacida, era un asunto de total incertidumbre. No sabía lo que nos esperaba. Y él tardó en alzarla y en enamorarse de ella, pero lo hizo, a su manera, no sin dejar a un lado las agresiones hacia mi y más tarde hacia ella. Mi Vida ahora es un infierno. Estoy a unas semanas de quedarme sin trabajo porque finaliza mi contrato y aún no sé qué haré. Cuando estoy ahí no tengo ganas de estar ahí, así que me aletargo. Duermo más, me la paso viendo películas con mi hija, no juego con ella, no me dan ganas de cenar. Es una Vida perra, y no entiendo por qué la elegí. Todo lo que deseo es salir de ahí, y ofrecerle a mi hija un hogar donde reinen el Amor, la Paz y la Armonía, la Abundancia y la Prosperidad. Quiero disfrutar de estar en nuestra casa, nuestro espacio, nuestro lugar. Quiero que ella tenga su propio cuarto. Un lugar donde pueda jugar tranquila y soñar, como yo soñé alguna vez siendo niña. Pero sin golpes, sin gritos, sin insultos. Lo merecemos, y pronto.
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