El ala derecha de Psiquiatría
Llegué a ese punto en el que se deja de sentir. Tenía tanto cansancio acumulado, tanto estrés, tanto dolor, tantas deudas. Deudas que me provocaban ansiedad. Ansiedad que me provocaba insomnio. Insomnio que me provocaba agotamiento mental y físico. Luego las voces... mis miedos: no poder pagar la renta, las cuentas... No dar abasto con tanto. La gata despedazó el sillón en el que nos encontrábamos. Mi corazón también estaba hecho jirones. Intentando construir una historia de Amor, me sorprendió otra. ¿Tan difícil es crear una familia? Sé que él tuvo miedo, como muchos otros. Yo también he sentido miedo, pero... ¿es posible ser tan mamífera? Recuerdo en ese entonces visualizar lo que viviría tres años después: él sujetando un bebé entre sus brazos, vestido con bata de hospital. Cuatro. Cuatro. Cuatro. Ahora somos cuatro. En esa época éramos dos, intentando ser tres. Con espacio de sobra. Espacio para las sombras. Espacio para los fantasmas, para ver su silueta acercarse a la orilla de la ventana. Y ver la cara de terror de la vecina, sorprendida, pensando en que lo mejor que le pudo haber pasado fue haber vivido un aborto, provocado por un acosador de la calle.
Cuánta violencia. Cuánta violencia nos metemos en el cuerpo. Cuando entré al ala derecha de Psiquiatría, vi un cardumen de cuerpos mutilados, de heridas sangrantes, de heridas cicatrizadas. Mujeres cansadas, muy cansadas de vivir, con los sueños desteñidos, como las sábanas del hospital. ¿Dónde había quedado su aliento? ¿Pueden realmente inyectarnos Vida a través de una colección de pastillas multicolores? A mi me inyectaron un sueño profundo, que me hizo despertar con los ojos sobresaltados, sin saber dónde estaba ni por qué estaba ahí, rodeada de mujeres desaliñadas que me miraban con cara de signo de pregunta. La argentina, como le llamaban, descubrió mi sopor, y me trajo a tierra, si es que se le puede llamar así a esa tierra de nadie. ¿Qué saben psiquiatras y psicólogos del terreno de la mente? Para llegar a los agujeros negros de cada cabeza, ¿se puede navegar a través de un test obsoleto? No necesariamente. A la más joven la vi amarrada, negándose con la vitalidad de sus 18 años a ser sometida a la fuerza. La vi caminar con una bolsita que recogía sus orines, mientras arrastraba sus ojos apagados bajo sus grandes pestañas.
Trenzas. Las mujeres nos hacíamos trenzas. Evelyn le pidió a la más joven que le hiciera una trenza francesa y hasta se maquilló para esperar a su marido. A mi me visitaron mis papás y una tía lejana me llevó un libro cristiano que fue la salvación de muchas almas creyentes que habitaban esa vieja sala.
CREER. Es lo que queda cuando perdés toda esperanza de Vida. ¿En qué creemos? ¿Es posible creer en algo cuando todo dejó de tener sentido? Drogadas para controlar los impulsos, las emociones. ¿Eso es sanar? Sanar es llegar a la raíz, arrancar la maleza. Morir al fin para volver a nacer. Todas y cada una de las que estuvimos internadas durante esos días lo supimos.
Yo me asomaba por la ventana del baño para sentir que mi espíritu viajaba libremente hasta Casa del Arcoiris. Recién entiendo por qué el confinamiento al que nos sometieron en esta pandemia me desató la locura. Soy libre. Como la mariposa, el delfín en Venecia, la Pachamama palpitando nuevamente sin el peso de la Humanidad encima. Libre como mi deseo de ir a meter los pies en la espuma del Mar. Libre como el aire, como el río golpeándose entre las piedras y salpicando la cara. ¿A qué nos quieren someter? ¿Por qué nos infunden miedo en el 2020? ¿Por qué nos atrapan con la excusa de un virus que habita el aire? Reglas. Mantener dos metros de distancia. Usar mascarilla. Quedarse en casa. Quedarse en casa. Quedarse en casa. Encierro. Encierro. Encierro. Encierro dentro de las cuatro paredes de mi mente. ¿Dónde estoy realmente a salvo, si no es bajo la sombra de los árboles? ¿Dónde puedo volar si no es donde me lleven mis pies?
María del Rosario, 2002. Lectura actuada por Grupo de Teatro Girasol
Fotos: Bernard Arce.
Comentarios