El hospital
Unos ojitos achinados, "un cinco de boca y un cinco de nariz", la piel blanca como yuca y mucho, mucho pelo, finito, eso sí, como pelo de maíz. En lo único que se parecía a mi era en el largo de los dedos de las manos y de los pies.
Amamantarla en primera instancia no pareció difícil: se prendió bien, no dolió tanto y salió el esperado calostro. Además tuve la suerte de que me explicara una enfermera de las buenas. De las buenas, sí, y lamento decir que de las pocas buenas...
Era la primera vez en mis 33 años de Vida que me operaban, y por lo tanto la primera vez que no tenía control sobre mi cuerpo. El dolor de una herida de cesárea es punzante, y arde, como el fuego. Para moverme tenía que arrastrarme, y levantarme era un martirio. Sin embargo, las enfermeras nos instaban a hacerlo con premura, y a caminar para que sanara la herida. No fueron amables. Mucho menos consideradas. Recuerdo una vez que dos de ellas conversaban frente a mi sobre un producto para las uñas. Una le decía a la otra que no estaba segura para qué era, porque las instrucciones estaban en inglés. Agotada por el esfuerzo de levantarme sin éxito, les dije: - Vean, si quieren me lo traen y se los traduzco, pero por favor ayúdenme a levantarme. Pregúntenme si me ayudaron...
Una de las mujeres que estaba en la sala se ganó mi admiración y respeto. Había tenido siete hijos por parto vaginal, y tenía mucha más disposición y entrega para ayudarnos que muchas de las enfermeras que trabajan en el Hospital de Alajuela. Ella corría de un lado al otro, ayudándonos a levantar o bajar las camillas, alcanzándonos lo que necesitábamos o ayudándonos con nuestros bebés. Yo era la única primeriza de la sala, y, sin embargo, tenía la sensación de que el personal médico me veía con cierta indiferencia...
- Tiene que amamantarla cada dos horas.
- ¡Pero está dormida!
- Tiene que despertarla.
Yo seguía drogada y sin fuerzas para enderezarme y darle de mamar. Le dieron fórmula desde la primera vez. No fue mi leche su primer alimento, y se la llevaron nuevamente para alimentarla con fórmula, y nuevamente tardaron en devolvérmela. Luego fue difícil darle de mamar. Ya no se prendía al pecho, lloraba mucho, o se me quedaba dormida... ¡y dolía! Waleska acudió a mi rescate, pero aún con su generosa ayuda fue difícil: la beba sólo aceptaba una posición para mamar, lloraba mucho y no se prendía bien. Ella intentó sugerirme otras posiciones, y estábamos probando cuando llegó una enfermera a interrumpir y a cuestionar a Waleska. Ella le explicó que era líder de la Liga de la Leche, y que estaba ahí para ayudarme, y logró que nos dejara en paz.
Doce horas sin comer después de la operación es una de las reglas, y eso sin tomar en cuenta que había tenido tres noches de labor de parto prácticamente sin comer y vomitando todo lo que consumía. Comí al quinto día. Estaba agotada, sin fuerzas, drogada y sin esperanzas de obtener energía pronto.
Recuerdo la primera vez que me bañé después de la operación. Otra enfermera me acompañó a la ducha. Hubiera preferido arrastrarme sola: - Camine, camine derecho, parece el patito feo. Quien ha tenido una cesárea, sabe lo difícil que es enderezarse con el dolor de la herida y el peso del abdomen sobre esta.
No fue la única vez en la que mi vanidad se vio herida. Una pediatra (sí, una pediatra, ya no una enfermera), me dijo con una sonrisa burlona, mientras miraba mi abdomen: - Parece que hay otro bebé ahí adentro.
Y parece que entre el personal médico, ya todos sabían sobre mi "casito", porque una madrugada, otra de las enfermeras me dijo, refiriéndose a mi beba: - ¿Y usted pretendía parir esto? (mi beba midió 52 centímetros y pesó 4060 gramos al nacer, y mi deseo más profundo había sido tener parto natural).
¿Que si les respondí como debía? No, me contuve. Me contuve porque me lo había advertido mi madre. Y es que contestarles me traería más conflictos. Pero si algo tuve claro en mi embarazo, es que mi razón de ser es comunicar. Y no puedo dejar pasar mi experiencia, porque estoy segura de no ser la única paciente a la que este personal médico ha tratado mal, cuando lo que más necesita una es de su apoyo, colaboración y entrega. Mónica, mi partera, leyó en una pared del Hospital de Alajuela, cómo este hospital describe su compromiso con la madre y el bebé, a través de derechos internacionales que evidentemente no se ponen en práctica en este centro de salud. Al cumplir mis 48 horas después de la cesárea, no pude más que respirar con alivio, y sentirme libre de compartir con el regalo más precioso que me dio la Vida, y de enfrentar lo que significaba ser madre sin sentirme menospreciada por mi inexperiencia o por mi condición de recién operada.
Comentarios
Lo curioso es ésto y sin ofender te lo digo. Contigo son 3 personas muy cercanas que han planeado su parto vaginal, natural, con partera y en casa y terminan en un hospital, con enfermeras mal encaradas y formulas en las pancitas de sus bebes.... lo que me pregunto es: que será lo que la vida te quería enseñar? no hay nada planeado en ésta vida y ya verás que la vida de madre es un camino con rosas y espinas. Planeaste un parto natural y te pasa ésto... creo que Ambar vino al mundo a enseñarte más de lo que vos misma pensaste alguna vez... solo mira su nacimiento :)
Ya por dicha esa parte paso y ahora podes disfrutar de esa maravilla que te dio la vida.
http://www.youtube.com/watch?v=rM_sIySymwU
Anónimo 1: Estoy súper conciente de que cada experiencia constituye un aprendizaje. Con mi parto me di cuenta de que mi razón de ser es comunicar, y que es súper importante dar a conocer lo que sucede en los hospitales para apoyar el parto humanizado, para que otras mujeres se concienticen y no permitamos que estas situaciones sigan ocurriendo.
Anónimo 2: Gracias por tu apoyo. De hecho, estoy disfrutando muchísimo el ser madre.
Noctámbulo: ¡Gracias! :D