El hospital
Unos ojitos achinados, "un cinco de boca y un cinco de nariz", la piel blanca como yuca y mucho, mucho pelo, finito, eso sí, como pelo de maíz. En lo único que se parecía a mi era en el largo de los dedos de las manos y de los pies. Amamantarla en primera instancia no pareció difícil: se prendió bien, no dolió tanto y salió el esperado calostro. Además tuve la suerte de que me explicara una enfermera de las buenas. De las buenas, sí, y lamento decir que de las pocas buenas... Era la primera vez en mis 33 años de Vida que me operaban, y por lo tanto la primera vez que no tenía control sobre mi cuerpo. El dolor de una herida de cesárea es punzante, y arde, como el fuego. Para moverme tenía que arrastrarme, y levantarme era un martirio. Sin embargo, las enfermeras nos instaban a hacerlo con premura, y a caminar para que sanara la herida. No fueron amables. Mucho menos consideradas. Recuerdo una vez que dos de ellas conversaban frente a mi sobre un producto para las...